La vulnerabilidad es uno de los temas fundamentales que tratamos en terapia y a veces un gran escollo en la evolución de la misma. Para algunas personas el contacto con su lado más sensible se hace tan insoportable que deciden abandonarla. Otros la reinician después de haber pasado por lo mismo y haberse dado un tiempo tras el que descubren que la insensibilización no es lo que necesitan para solucionar sus dificultades.
Suele ser difícil contactar con esa parte tierna de nosotros mismos en una sociedad en la que la dureza y la insensibilidad se hacen necesarias para seguir adelante cuando uno no cuenta con unos recursos internos y un entorno íntimo de allegados amorosos en los que apoyarse.
Asimilamos la vulnerabilidad con la debilidad cuando no son lo mismo.
La vulnerabilidad se refiere a nuestra condición de ser sensibles, de percibir lo que sucede a nuestro alrededor y como nos afecta. Nos permite sentir lo que nos duele o nos entristece, pero también lo que nos llena de ternura. Significa ser poroso, dejar que las cosas nos conmuevan y nos ayuda estar en interacción dinámica con los demás y lo que nos rodea. Nos hace sentirnos en conexión con nosotros mismos y con los demás.
La debilidad es el juicio crítico con el que nos castigamos cuando sentimos esa sensibilidad y ternura y pensamos que nos va a poner en peligro.
El malestar entonces no viene de ser sensibles, tiernos y vulnerables, sino de nuestra lucha interna por rechazar lo que sentimos y de nuestra propia agresión interna por vernos con estas cualidades.
Por ejemplo, no nos permitimos dolernos y apoyar esa emoción con nuestra propia capacidad de sostén o con la de la gente que nos rodea y nos quiere, sabiendo que pasará. Entonces nos quedamos anclados en el sufrimiento al no poder dejar que las heridas evolucionen hacia su curación, interrumpiendo el proceso de la misma.
Es como cuando descubrimos que tenemos una herida y nos quitamos siempre la costra porque no nos gusta. Durante breves momentos la piel no muestra ese engrosamiento, pero poco a poco se va haciendo la lesión cada vez mayor.
El origen de la dificultad para podernos sentir vulnerables
Tal vez en algún momento de nuestro pasado nos sentimos vulnerables e indefensos. Entonces otros nos hicieron daño. Lo que ocurre es que ahora no hace falta que vengan a dañarnos los de fuera, porque ya lo hacemos nosotros mismos. El mecanismo se perpetúa porque nos es difícil ver que somos nosotros los que nos estamos dañando. No reconocemos ese enemigo interno y lo proyectamos fuera, poniéndolo en los demás.
Esta estrategia, de poner el enemigo fuera, podría ser una buena forma de afrontar la situación si diese los resultados que esperábamos, pero el problema es que en la realidad no funciona como necesitamos. En lugar de sentirnos en paz y tranquilos, aunque tristes, dolidos, con miedo,… que es lo que toca y sabiendo que ya pasará, nos sentimos ansiosos, irritables y en lucha continua con lo que nos sucede.
Nos olvidamos que, si el daño ya está hecho, el cuerpo se curará por su propio proceso con los cuidados adecuados. Sin embargo, si la situación que causa el daño aun no ha terminado, con la escucha de nuestra vulnerabilidad podemos ayudar a que lo haga cambiando el afuera y logrando evitar males mayores.
Es como dejarnos sentir el calor de nuestra mano en contacto con el fuego por accidente y desde ahí, entender si lo que necesitamos es quitar la mano del fuego, apagarlo, pedir a otro que lo apague, o simplemente esperar a que la mano se cure si el fuego ya ha desaparecido.
Cuando optamos por la estrategia de la insensibilización, que solemos confundir con fortaleza, entonces pagamos un alto coste. Insensibilizarse es morir en parte, morir en vida. Es cerrar la puerta a la cercanía, al afecto, a la relación auténtica, a todo lo que nos hace humanos y hace que nuestra vida merezca la pena ser vivida.
Nos desconectamos de nosotros mismos y de los que nos rodean. Raramente conseguimos nuestro objetivo de no sentir absolutamente nada que nos incomode. Siempre hay emociones que quedan y sin saberlo conscientemente, estamos optando por el miedo, el aislamiento, la reclusión, el conflicto con nosotros mismos y con los demás. De ellas surgen la intransigencia y la intolerancia, lo peor del ser humano, las guerras raciales, religiosas, el terrorismo,… No todos somos terroristas pero si todos podemos vernos en esa crítica despiadada y mezquina hacia los demás.
Pensamos que aniquilando al de afuera, aniquilaremos a nuestro propio monstruo interior, y por fin lograremos estar en paz, sin ansiedad,… Pero no funciona.
Si ya lo hemos intentado y no lo hemos conseguido: ¿Por qué seguimos por ahí? Parece claro que ya es hora de probar otros caminos.
Sobre este tema os recomiendo el vídeo de Brené Brown: El poder de la vulnerabilidad, un poderoso testimonio personal y de investigación sobre la vulnerabilidad y la felicidad, relacionada con el sentimiento de pertenencia, que encontraréis pinchando en la imagen y en la sección de videos recomendados de PsicoKairos Psicólogos Madrid y Valladolid.
Olga Calvo Martínez