Había una vez un hermoso jardín lleno de árboles, plantas, y flores.
Todos las especias parecían estar satisfechas. El aire se llenaba de agradables fragancias. Los diferentes tonos de las hojas en contraste con las coloridas flores y los jugosos frutos, eran una delicia para los sentidos.
Las ardillas correteaban sobre el césped y los pájaros hacían sus nidos en las tupidas ramas.
Cada árbol parecía feliz, menos el que estaba situado al lado del lago de los cisnes.
No sabia muy bien quien era y se sentía perdido y aturdido viendo tanta belleza. Ya lo había intentado todo.
Había hablado con el ciruelo y le había dicho que solo era un asunto de concentración. Si lo deseaba de verdad, se concentraba y se esforzaba lo suficiente podría dar las más sabrosas ciruelas. Pero pese a ello, a intentarlo con todas sus fuerzas, no lo había logrado, lo que le había sumido algo más en la tristeza.
Un tiempo después creció no muy lejos un rosal de bonitas rosas blancas. Este, viendo tan deprimido al árbol, quiso hablar con él para explicarle su secreto. No era un asunto de esfuerzo, tenia que relajarse, disfrutar! Ya vería que pronto daría bonitas rosas como él.
El árbol trato de seguir el consejo al pie de la letra, aliviado por haber encontrado al fin la respuesta. Pero paso el tiempo y nada cambiaba. No conseguía que en sus ramas floreciesen rosas.
Poco a poco fue cayendo en un torbellino de emociones pasando de la tristeza, al enfado, la rabia contra los demás, la culpabilidad, el enfado consigo mismo, la envidia, la autodesvalorización y vuelta a la tristeza y al inicio del ciclo.
Pasó un año y por casualidad llego a sus ramas un búho. Se dice que son de las más sabias criaturas y entristecido por el terrible aspecto del árbol, ya casi cercano a la muerte, decidió romper su habitual silencio:
- ¿Qué te ocurre árbol? ¿Qué ha hecho que tus ramas casi no tengan hojas, y te encuentres en tan lamentable estado?
Entonces el árbol le contó su historia, como había seguido todos los consejos para salir de su situación, pero sólo había conseguido hundirse un poco más en ella, igual que si hubiera caído en arenas movedizas.
Compadeciéndose por su anfitrión, el búho le respondió:
- No es un asunto de esfuerzo ni de relajación, sino de encontrarte a ti mismo. Significa mirar hacia adentro y dejar de hacerlo hacia los demás y sus logros. Significa sintonizarte con la vida y escuchar tu propia voz interior. Cuando consigas hacerlo entonces sabrás quien eres y podrás cumplir tu misión.
El árbol desconfió. Después de tantos consejos como había seguido, por qué habría de fiarse de un búho. Pero algo también le decía que esta vez era diferente. El no le había prometido que podría volar, no le había señalado qué era lo que iba a ocurrir. Sólo le indicaba un camino.
Algo dentro le decía que tenía que probarlo. Entonces pasaron muchos días. Necesitó un tiempo para dejar de escuchar las voces de los demás y escuchar la suya propia. Y un día ocurrió. Entonces oyó algo en su interior que le decía:
- Tú eres un roble. Nunca vas a dar manzanas y rosas, no es ese tu potencial. Tú darás bellotas que alimentarán a los animales salvajes. Has nacido para ser un gran árbol en cuyas ramas las aves puedan hacer sus nidos y ver crecer a sus crías. Has nacido para que los viajeros se sienten a reposar sobre tu tronco, mientras descansan y se protegen del calor del sol mientras observan este precioso paisaje. Has nacido para hacer más hermoso este jardín.
Y así fue. El árbol pudo ver cómo, en aquel tiempo de escucha, sus ramas habían crecido y se habían hecho más frondosas y le acercaban al resto de las especies y cómo sus raíces eran muy profundas y le arraigaban con la existencia misma. Pudo descubrirse entonces como el gran roble que era y entonces descubrió también que YA ERA FELIZ.
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